
7 AGOSTO 2025- NACIONAL- México se enfrenta a un dilema comercial de alto impacto: equilibrar su creciente dependencia de importaciones desde China y, al mismo tiempo, atender las exigencias de Estados Unidos, su principal socio económico. En medio del conflicto geopolítico y comercial entre ambas potencias, nuestro país se ve obligado a decidir si continúa fortaleciendo la relación con el gigante asiático o si limita ese vínculo para no poner en riesgo los beneficios del T-MEC, cuya renegociación se avecina en 2026.
La tensión entre integración regional y diversificación global
Durante 2024, México alcanzó cifras históricas en sus importaciones desde China, con un crecimiento sostenido que ya representa más del 21% del total nacional. Esto se traduce en más de 120 mil millones de dólares, posicionando a China como el segundo socio comercial del país, solo por debajo de Estados Unidos. Muchos de estos productos, desde maquinaria hasta electrónicos y bienes de consumo, son ensamblados en territorio mexicano para aprovechar el acceso preferencial al mercado estadounidense.
Esta práctica ha sido calificada por Washington como una especie de «puerta trasera» que socava su estrategia comercial contra China. El secretario de Comercio estadounidense, Howard Lutnick, ha insistido en que México no puede beneficiarse del T-MEC mientras siga usando productos chinos subsidiados, lo cual ha generado amenazas claras de endurecer las reglas de origen y aumentar el control sobre el contenido regional en los productos exportados.

Posibles consecuencias si México no redefine su estrategia
Ignorar la presión estadounidense podría resultar costoso: nuevas tarifas, inspecciones aduaneras más severas o incluso restricciones a las exportaciones mexicanas. Por otro lado, ceder totalmente podría implicar renunciar a insumos clave que sostienen industrias nacionales como la automotriz, la electrónica y la manufactura ligera. En este contexto, la postura de México no puede ser pasiva ni simplista.
Ya existen antecedentes de restricciones en sectores sensibles, así como investigaciones por «transshipment» o triangulación comercial —acusaciones, en su mayoría, dirigidas a empresas chinas que operan desde México para eludir aranceles estadounidenses. Ante este escenario, México necesita diseñar una estrategia propia, basada en diplomacia inteligente, trazabilidad de productos y mayor contenido nacional.
En medio de esta disputa, el nearshoring surge como una vía para transformar el dilema en oportunidad. México está en una posición privilegiada para atraer inversiones de empresas globales que buscan relocalizar sus cadenas de producción más cerca del mercado estadounidense. Si el país logra establecer políticas claras para fomentar la inversión en infraestructura, energía limpia, innovación tecnológica y capacitación laboral, podría convertirse en un centro industrial de nueva generación, reduciendo la dependencia de insumos asiáticos sin romper los lazos comerciales con China.

Además, México puede convertirse en un facilitador del diálogo entre ambas potencias, posicionándose como un actor estratégico con voz propia. Para ello, será indispensable fortalecer los mecanismos de certificación de origen, transparentar los procesos industriales y defender ante organismos internacionales su derecho soberano a diversificar sus relaciones económicas sin violar compromisos regionales.