
Berfin Özek, una joven turca que en 2019 sufrió un ataque brutal: su expareja, Casim Ozan Çeltik, le lanzó ácido al rostro tras una ruptura, causándole quemaduras de tercer grado, la destrucción de un ojo, daños severos en el otro y la necesidad de múltiples cirugías reconstructivas. La violencia de aquel crimen, ocurrido en la provincia de Hatay, conmocionó al país y despertó una fuerte reacción pública, con voces que exigían una condena ejemplar.
El caso escaló aún más cuando Çeltik fue arrestado en 2020 y sentenciado a 13 años y medio de prisión —aunque muchos consideraron la pena insuficiente, incluso el presidente Erdogan expresó su descontento con la sentencia. Sin embargo, en un giro sorprendente cargado de controversia, Berfin retiró los cargos en 2021. En cartas dirigidas al tribunal, aseguró que lo perdonaba, expresaba que lo amaba y pedía su liberación.
Lo que parecía inaudito se concretó: en 2021, la pareja se casó tras su salida anticipada por medidas relacionadas con la pandemia . La ceremonia desató indignación: muchos familiares se distanciaron y los abogados de Berfin renunciaron, alegando que la relación violaba su lema “No queremos amor que mate” .
Este caso estremeció a Turquía y al mundo. Abre profundas reflexiones sobre la violencia de género, el perdón, la agencia de las víctimas y la ética médica y legal. ¿Cómo entender una decisión colectivamente rechazada pero personalmente sentida? Las imágenes de su boda circularon con fuerza en redes sociales, convirtiendo a Berfin y Çeltik en símbolos contradictorios de redención, obsesión y polémica.