
El pasado 14 de julio, el presidente estadounidense Donald Trump expresó un giro significativo en su postura hacia Rusia. Tras un proceso conciliador con Vladimir Putin, Trump sorprendió al anunciar el envío de armamento defensivo —incluyendo sistemas Patriot— a Ucrania, y estableció un ultimátum de 50 días: si Moscú no avanza hacia un alto el fuego, impondrá impuestos, aranceles y sanciones secundarias del 100 %.
En respuesta, el Kremlin restó entera importancia a dichas amenazas. El portavoz Dmitri Peskov calificó la situación de “ilusoria” y afirmó que Rusia seguirá con sus operaciones militares pese a la presión. El ministro de Exteriores, Serguéi Lavrov, añadió que los mensajes de Trump podían generar expectativas engañosas para Kiev, indicando que “hay que ser realistas” . También dijo que Trump no debería “hacerse ilusiones” sobre un cambio de actitud de Moscú.
Según un informe del Financial Times, durante una conversación telefónica del 4 de julio, Trump preguntó a su homólogo ucraniano Volodímir Zelenski si Ucrania estaba en condiciones de “golpear Moscú” y “San Petersburgo” . La respuesta de Zelenski fue afirmativa, condicionada a que EE. UU. proporcionara misiles de largo alcance . El objetivo declarado por Trump habría sido “hacerles sentir el dolor [a los rusos]” para presionar al Kremlin hacia la negociación.
Las autoridades rusas volvieron a calificar estas gestiones de “bulos” o “ficción pura”. Peskov aseguró que tales relatos de conversaciones buscan desorientar y desinformar, siguiendo un patrón habitual en la diplomacia de Washington
En Washington, analistas advierten que el plazo de 50 días es excesivo, lo que podría jugar a favor de Rusia . En el Senado, se ha paralizado un proyecto bipartidista más estricto respecto a sanciones . Desde Europa, Estonia elogió la firmeza de Trump, mientras que Eslovaquia frenó la aprobación de un paquete de sanciones más ambicioso.
Ucrania valoró positivamente el ingreso de nuevos sistemas defensivos, aunque existían reservas sobre el efecto real del ultimátum . Kiev continúa solicitando armamento de largo alcance, pero aún depende de socios de la OTAN —sobre todo EE. UU.— para lanzarlo contra territorio ruso