
La noche del miércoles en el Yankee Stadium no fue una más en el calendario. Fue una de esas que se graban en la memoria colectiva de los aficionados. Una jornada que pasó de la desesperación a la euforia en cuestión de minutos, en la que los Yankees de Nueva York desafiaron la lógica del béisbol y construyeron una remontada que quedará en los libros.
Los Mariners de Seattle llegaron al Bronx con intenciones claras: frenar el impulso de los Yankees y hacerse sentir como contendientes en la Liga Americana. Y lo hicieron… por ocho innings. El abridor Bryan Woo estaba tallando una joya monticular, coqueteando con la historia al mantener sin hits a la potente ofensiva neoyorquina durante siete entradas completas. Los Yankees parecían dormidos, contenidos, casi resignados ante el dominio del lanzador derecho.
Pero si algo tiene el béisbol es que ningún marcador es definitivo hasta el último out. En el octavo episodio, los bates del Bronx despertaron como si les hubieran sacudido el alma. Jazz Chisholm Jr. rompió el encanto con un sencillo al jardín derecho. La multitud, hasta ese momento contenida, soltó un rugido. Lo que parecía una derrota inminente empezaba a mostrar fisuras.
Entonces apareció uno de los protagonistas de la noche: Giancarlo Stanton. Entrando como bateador emergente, encontró un pitcheo colgado de Matt Brash y lo envió sin contemplaciones por encima de la barda del jardín derecho. Fue un batazo de dos carreras que redujo la desventaja a solo 5‑3. El estadio, que había permanecido en una calma tensa, estalló.
El cierre del noveno capítulo fue una obra maestra del dramatismo. Con el cerrador mexicano Andrés Muñoz en el montículo, los Yankees armaron una rebelión. Trent Grisham y Cody Bellinger pusieron corredores en circulación. Luego vino Austin Wells, con un batazo que encontró hueco en el jardín derecho. Dos carreras cruzaron el plato. ¡Empate a cinco!
La afición ya no estaba sentada. Era un hervidero. Todo apuntaba a que la historia había cambiado de manos.
En la décima entrada, con la regla de corredor en segunda y la tensión al límite, los Yankees volvieron a llenar las bases. Paul Goldschmidt fue pasado intencionalmente. Grisham, con su paciencia, recibió boleto. Entonces, la escena quedó servida para el capitán, el hombre que ha sido símbolo del equipo: Aaron Judge.
Con un out en la pizarra, el número 99 se plantó en el plato. Bastaba un contacto sólido. Y eso fue exactamente lo que hizo. Conectó un elevado profundo al jardín central. Anthony Volpe, esperando en tercera, tomó impulso. Cuando cayó la pelota en el guante del jardinero, Volpe arrancó como un tren bala y se deslizó con precisión quirúrgica en el plato. ¡Carrera del triunfo! El Yankee Stadium se vino abajo.
Este no fue solo un triunfo más en la temporada. Fue una muestra clara del temple de los Yankees. Ganaron un juego que parecía perdido, ante un pitcher que los había mantenido sin hits durante siete entradas. Es el tipo de victoria que une a un equipo, que demuestra que en el Bronx, la esperanza nunca se pierde.
Con esta victoria, los Yankees mejoran su récord a 52-41, logrando su cuarta victoria consecutiva. Además, se convierte en una de las pocas veces en la historia moderna de las Grandes Ligas en que un equipo gana tras estar sin hits y abajo por cinco carreras después de siete innings.