
Una historia que parece salida de una paradoja política es la de Arpineh Masihi, una inmigrante iraní-armenio-cristiana de 39 años que, desde un centro de detención de inmigrantes en California, sigue firme en su apoyo al expresidente Donald Trump y sus políticas migratorias. Arpineh fue arrestada el 30 de junio por el ICE, pese a haber vivido en Estados Unidos desde los tres años y mantener una vida familiar y profesional estable en Los Ángeles. «Está haciendo lo correcto porque muchas de estas personas no merecen estar aquí», dijo desde el centro de detención de Adelanto.
Arpineh fue condenada por robo en 2008, lo que le costó su Green Card. Sin embargo, un juez le permitió quedarse en el país, bajo la condición de no reincidir. Desde entonces, reconstruyó su vida: formó una familia, creó un negocio exitoso y ha sido voluntaria en su comunidad. Aun así, su condición legal quedó en una delgada línea que el ICE no dudó en cruzar cuando sus «circunstancias cambiaron».

Lo contradictorio es que, a pesar de estar detenida, Arpineh, su esposo Arthur y su madre siguen respaldando el discurso de Trump sobre las deportaciones. En palabras de Arthur: «No culpo a Trump, culpo a Biden… creo en el sistema y en que todas las personas buenas serán liberadas». Sin embargo, este apoyo no les ha servido para evitar la detención, incluso con cuatro hijos ciudadanos estadounidenses y una vida hecha en California.
El arresto fue sorpresivo. Los agentes de ICE llegaron a su casa poco después de una llamada, y aunque ella mostró pruebas de sus reportes migratorios recientes, la arrestaron. La familia, temerosa de un operativo más violento, optó por cooperar. Arthur pidió que no la esposaran frente a los niños; los agentes accedieron parcialmente. Desde entonces, la familia está rota y los hijos preguntan todos los días cuándo regresará su madre.
La estancia de Arpineh en el centro de detención no ha sido fácil. Primero pasó tres días en condiciones precarias en un edificio federal en el centro de Los Ángeles, donde —según su testimonio— eran tratadas “como animales”. Después fue enviada a Adelanto, un centro con fama de ser severo, pero al menos con mejores condiciones básicas. Allí, espera un posible indulto mientras mantiene contacto constante con su esposo, que se hace cargo de los hijos y del negocio familiar.
Lo que destaca en esta historia no solo es el drama familiar, sino la profunda contradicción entre apoyar activamente una política que termina por afectar directamente a quienes la respaldan. Este caso pone el foco en la complejidad del discurso migratorio en Estados Unidos: muchas personas que creen en mano dura contra la inmigración son parte del sistema que esta misma política termina por castigar. Además, evidencia la forma en que la selectividad de las deportaciones puede tener un impacto desproporcionado, incluso sobre personas con arraigo, familia y aportaciones económicas al país.
