
Más allá de interrumpir el programa nuclear iraní, el reciente ataque sorpresa de Israel parece tener una ambición más profunda: debilitar al régimen de Teherán e incluso propiciar su colapso.
Aunque oficialmente el objetivo declarado fue dañar las capacidades nucleares y de misiles balísticos de Irán, el tipo de blancos elegidos —científicos nucleares, altos mandos militares y plantas clave de enriquecimiento— y los mensajes políticos que lo acompañaron, sugieren una estrategia más amplia.
En un discurso dirigido directamente al pueblo iraní, el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu afirmó que “el día de su liberación está cerca” y que el régimen “nunca había estado tan débil”, instando a los ciudadanos a alzarse. Expertos como Michael Singh, del Washington Institute, coinciden en que el ataque busca no solo retrasar el acceso de Irán a un arma nuclear, sino también alentar un eventual cambio político desde dentro.
Sin embargo, la historia y la realidad sociopolítica iraní —incluido un sentimiento antiisraelí arraigado incluso entre la población— plantean dudas sobre la viabilidad de una rebelión popular que derroque al régimen teocrático. Aunque Israel afirma respetar el principio de que solo los pueblos pueden decidir su futuro, su ofensiva ha sido interpretada como una maniobra deliberada para sembrar confusión en la estructura de seguridad del país, eliminando figuras clave que garantizaban su estabilidad.
Pese a la contundencia de los ataques, analistas subrayan que Israel difícilmente podrá desmantelar el programa nuclear iraní sin apoyo militar directo de Estados Unidos. Incluso el asesor de seguridad nacional israelí, Tzachi Hanegbi, admitió que solo se podrían crear condiciones para un acuerdo político con Washington, no destruir completamente las instalaciones nucleares. Por ahora, la administración Trump ha respaldado a Israel en su defensa frente a represalias iraníes, pero no ha dado señales de apoyar un cambio de régimen.
Como advierte Jonathan Panikoff, del Atlantic Council, incluso si Israel lograra derribar al actual liderazgo iraní, el sucesor podría ser aún más radical. En su opinión, “la historia nos recuerda que siempre se puede estar peor”.
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