
CHICLAYO, Perú (AP).— Antes de que una votación en la capilla más famosa del planeta lo convirtiera en el pastor de 1,400 millones de católicos, León IXV fue un obispo que disfrutó ceviche en un restaurante de barrio y condujo su modesto vehículo por la ciudad de Chiclayo.
Su nombre de entonces era Robert y, para quienes aún habitan las calles y aldeas empobrecidas de este punto en Sudamérica, sigue siendo uno más entre los suyos.
Alonso Alarcón, mozo en un restaurante de Chiclayo, estuvo ahí cuando el nuevo pontífice comió pescado marinado en jugo de limón. Y Hugo Pérez, taxista, lo vio manejando rumbo a las aldeas de la periferia golpeadas por las lluvias intensas de 2022.
Chiclayo, a 14 kilómetros del Pacífico, es una ciudad con más de 800,000 habitantes y desempeña un papel vital como eje comercial de la costa norte de Perú. Tiene carreteras que la conectan con las montañas de los Andes y la Amazonía. Sus tierras circundantes son productivas en términos agrícolas. Sin embargo, también enfrenta problemas sociales y alrededor del 20% de su población vive en la pobreza.
Ése fue el hogar de León XIV durante casi una década antes de que partiera a Roma en 2023, cuando el entonces papa Francisco le pidió asumir la presidencia de la Comisión Pontificia para América Latina.
Su papel en la Iglesia católica cambió desde entonces, pero Chiclayo sigue siendo la misma. En su centro histórico, las casas de dos plantas están pintadas en tonalidades crema o blanco. Las calles estrechas se congestionan al medio día y, a pocos kilómetros del corazón de la ciudad, las barriadas crecen donde el pavimento se esfuma.
Ahí, antes de ser papa, León XIV cantaba, se detenía a media calle a conversar con su rebaño y bendecía a quienes ocupaban su cobijo espiritual.
“Es un hombre muy sencillo, los chiclayanos jamás nos imaginamos que el representante de Cristo en la Tierra iba a vivir entre nosotros”, dijo Alejandro Bazalar. El peruano es miembro de la hermandad del Señor de los Milagros de Chiclayo y conserva un tesoro: una foto de Prevost lavándole los pies en Semana Santa.
Ricardo Ulloque también guarda recuerdos. Cuenta que un día lo vio con micrófono en mano entonando una canción navideña y bilingüe de José Feliciano. Era diciembre de 2017 y lo acompañaba una pequeña banda de guitarras y baterías durante un encuentro juvenil.
Es genial ver a alguien como Robert Prevost tomando un papel tan importante. Su experiencia ayudando a comunidades en momentos difíciles es algo que se necesita en estos tiempos. Ojalá que su liderazgo inspire cambios positivos y ayude a unir a la gente. Sin embargo, hay que estar atentos y exigir que realmente cumpla con las expectativas, porque no siempre los nuevos líderes logran hacer lo que prometen.