
LA HABANA, Cuba.— El hotel más alto de Cuba, con 42 plantas y 155 metros de altura, abrió sus puertas esta semana sin la habitual publicidad ni menciones en la prensa oficial.
La inversión estatal de 200 millones de dólares en este imponente edificio ha generado opiniones divididas en medio de la crisis económica que afecta a la isla.
El proyecto, anunciado en 2018 como un hito para el turismo cubano, ha terminado siendo un símbolo de contraste en La Habana. Mientras el país enfrenta escasez, inflación y apagones, la construcción de esta lujosa torre de cristal y acero resalta sobre los edificios deteriorados de los barrios circundantes.
El hotel, conocido como “Torre K”, pertenece al conglomerado estatal Gaesa, administrado por el ejército, y es operado por la cadena española Iberostar. Sus críticos lo ven como una obra faraónica que prioriza el turismo en un momento donde las cifras de visitantes han caído considerablemente.
Según la Oficina Nacional de Estadística e Información (ONEI), en 2024 llegaron a la isla 2.2 millones de turistas, un 10% menos que el año anterior y la cifra más baja en 17 años, sin contar los años de pandemia.
A pesar de la baja ocupación hotelera, que ronda el 35%, el gobierno ha redoblado su apuesta por la construcción de hoteles. De acuerdo con la ONEI, entre enero y septiembre del año pasado, Cuba invirtió 4.6 veces más en el sector inmobiliario y hotelero que en la suma de agricultura, educación y sanidad. Además, en el primer semestre de 2024, la inversión en hoteles y restaurantes se duplicó, mientras que en educación y construcción disminuyó más de un 20%.
Esta disparidad en la asignación de recursos ha avivado el debate sobre las prioridades del gobierno cubano. Mientras el sector turístico recibe fuertes inversiones, la población enfrenta problemas cotidianos como la falta de productos básicos, medicamentos y una infraestructura deteriorada. Para muchos ciudadanos, la Torre K simboliza no solo la desigualdad económica, sino también el distanciamiento entre necesidades del pueblo y las decisiones gubernamentales.
“Yo lo veo bien (…) pero hay muchas personas que no les puede agradar la idea porque en estos momentos la economía del país no es la mejor”, comenta Vania, de 24 años, quien espera visitar alguna de sus cafeterías o el “sky bar” de la planta 41.
Por su parte, Roberto, de 63 años, reconoce que un hotel de este nivel puede ser beneficioso para la economía, pero entiende las críticas. “Hay muchas personas que carecen de vivienda, entonces dicen mira el gasto con una estructura así y nosotros no tenemos ni un techo donde vivir”, reflexiona.
Mientras el gobierno cubano mantiene su apuesta por el turismo como fuente de ingresos, la Torre K se erige como un testimonio del contraste entre la modernidad y las necesidades insatisfechas de la población.
Es increíble cómo se pueden construir cosas tan lujosas en medio de tanta pobreza. Ese hotel se ve impresionante, pero me parece que es un poco insensible tener algo así cuando hay tantas necesidades en la comunidad. La gente debería tener acceso a lo básico antes de que se gasten millones en un lugar para turistas. Es un gran contraste que no se puede ignorar.