Conocer la historia detrás de cualquier obra de arte, a veces resulta igual de fascinante que la pieza por sí misma. Quién era la persona que construyó ese universo, el contexto de la historia, la inspiración de ciertos personajes, aquella escena o diálogo. La historia en la realidad nutre el encanto de la ficción.
Y decimos a veces porque en otras tantas, la realidad o no es tan “romántica” como nos habríamos imaginado, lo cual nos deja con el genio de la o el autor/creador (lo cual, para nosotros, la eleva); o la realidad es tan dolorosa, que habríamos preferido quedarnos con la idea de que todo es producto de la imaginación (reconociendo que no hay límites).
Juan Rulfo, el autor de la soledad
Cualquiera sea el caso, podríamos citar un sinfín de obras cuya realidad le otorga un nivel de universalidad y trascendencia. El mejor ejemplo que encontramos es Cien años de soledad (1967) de Gabriel García Márquez, la novela más determinante en la literatura colombiana y una pieza clave en la producción literaria en América Latina.
Esta obra la escribió en la Ciudad de México, se dice que sin un peso en la bolsa pero con la indiscutible compañía de Mercedes Barcha. Pero antes de que comenzara a construir Macondo, el escritor había memorizado párrafos enteros de Pedro Páramo (1955) de Juan Rulfo, fascinado por los elementos fantasmagóricos que Rulfo describió en pocas páginas para revelarnos un pueblo habitado por fantasmas.
Fantasmas porque los personajes están muertos, pero también porque están solos, buscan venganza sometidos por las injusticias derivadas del abandono. El colombiano confesó, después, que Pedro Páramo fue el punto de partida de Cien años de soledad.
Ahí está. La inspiración de Cien años de soledad, fue otra obra, Pedro Páramo. Les contamos esto porque todo alrededor esta novela mexicana nos lleva a un choque entre nuestros deseos de lector y esa fascinación inherente al “detrás de”.
¿Por qué nos da tanto miedo Pedro Páramo?
Su realidad es igual de fascinante que la obra porque nos cuenta la historia no sólo de un país, sino de un mundo si a este lo pensamos como producto de sus revoluciones. Y al mismo tiempo es tan dolorosa al repetirse una y otra vez, que al final se hereda y se carga como una culpa.
En el apartado de El laberinto de la soledad titulado “Los hijos de la Malinche”, Octavio Paz nos habla del hermetismo de los mexicanos frente a la construcción de su identidad. Nos dijo que “luchamos con entidades imaginarias, vestigios del pasado o fantasmas engendrados por nosotros mismos. Esos fantasmas y vestigios son reales, al menos para nosotros… no están fuera de nosotros, sino en nosotros mismos“.
Como decíamos, eso es lo que representa Pedro Páramo: un cúmulo de culpas del pasado que se nutren del presente. Esa es la razón por la cual las siguientes lecturas de la obra nos aterran: no por seguir a Juan Preciado en un pueblo en el que sólo se escuchan ecos, sino por nuestra incapacidad de escuchar, en vida, lo que esos ecos dicen.
“No te asustes si oyes ecos más recientes, Juan Preciado”, le dice Damiana Cisneros al primer hijo de Pedro Páramo que conocemos. Ocurre mientras cruzan el pueblo. Pero Juan ya no se asusta porque ya no los oye. Ahora, él también es un eco.
El Pedro Páramo de Rodrigo Prieto
Y todo eso, por imposible que parezca, es llevado a la nueva adaptación de Pedro Páramo en manos de Rodrigo Prieto quien, además, debuta como director. Cuando anunciaron que Prieto se haría cargo de llevar de nueva cuenta la obra de Rulfo a la pantalla, hubo dudas.
Es indiscutible que Rodrigo Prieto es uno de los mejores directores de fotografía en la actualidad. Pero ya de hacerse cargo de una producción entera, es otra cosa. Sin embargo, la necesidad de ver los resultados siempre estuvieron ahí, y esto lo decimos, sobre todo, porque pensamos que el mismo Rulfo no sólo era escritor, sino fotógrafo.
Juan Rulfo entendía el mundo en imágenes, y su genio deriva de la capacidad que tenía de romper el famoso “una imagen dice más que mil palabras”. Él no necesitaba mil palabras para describir una imagen, al contrario, requería de pocas para construir un universo. Su obra es tan detalla y minuciosa, que podríamos pensar que en todas nuestras cabezas existe el mismo Comala.
Rodrigo Prieto es fotógrafo antes que director. Y cuando vean la película se darán cuenta que si bien la novela de Pedro Páramo se construye de las interpretaciones en imágenes que hacemos de Comala y de sus personajes, lo que vemos en la pantalla es la visión de un hombre que primero es fotógrafo antes que otra cosa. Y el resultado es espectacular.
Pedro Páramo es tan universal y trascendente, que resultan necesarias varias lecturas. Y la película de Rodrigo Prieto es tan atinada en su adaptación, que funciona como una nueva lectura, una más en la que existen sonidos, música, voces, luces y metáforas potentes.
Las cualidades de esta nueva adaptación
Hablamos primero de la novela antes que de la película porque, como decíamos, esta representa una lectura más en las muchas que hay de Pedro Páramo en nuestras vidas. En ese caso, lo sobresaliente de esta producción de Netflix está en el guion, el cual corrió a cargo de Mateo Gil (Mar adentro), y en cada una de las partes que la componen.
Para empezar, está el elenco el cual arranca con Tenoch Huerta como Juan Preciado y Noé Hernández como Abundio. Juan llega a Comala como una promesa a su madre antes de morir. Aquí debe encontrar a su padre, “un tal Pedro Páramo“, quien resulta ser el padre de todos, incluido el mismo Abundio, un campesino que le enseña el camino.
Luego tenemos a nuestro protagonista, Pedro Páramo, llevado por Manuel García-Rulfo, sobrino del autor, acompañado de nombres como el de Dolores Heredia como Eduviges Dyada, Héctor Kotsifakis como Fulgor Sedano, Ilse Salas como Susana San Juan, Mayra Batalla como Damiana Cisneros, Roberto Sosa como el padre Rentería, Giovanna Zacarías como Dorotea, Ari Brickman como Bartolomé San Juan y Yoshira Escárrega como la hermana de Donis.
Todos tenía la misión de interpretar un guion que en muchos de sus diálogos, son textuales del libro. Y esto es importante para apreciar el buen trabajo que se hizo en la película, pues creemos que en nuestro cine, muchos diálogos se construyen para leerse, no para decirse.
Pero este es un elenco tan bien seleccionado y dirigido por Rodrigo Prieto, que esa interpretación se transforma en algo más para concedernos, insistimos, una nueva lectura de la obra.
Luego tenemos la fotografía, la cual fue llevada por Prieto en compañía de Nico Aguilar y con quien ya había colaborado en proyectos como Killers of the Flower Moon de Martin Scorsese. La cámara, en este caso, nos sitúa como un personaje que deambula en el pasado vivo de Comala y el que está habitado por los muertos.
Hay tomas abiertas que nos muestran lo desolador del paisaje, y fotogramas cerrados que nos permiten intimar con los protagonistas, sobre todo con sus deseos y sus miedos, los crímenes y los amores no correspondidos que los llevan a tomar decisiones con consecuencias fatales. Estamos en Comala con ellos.
Y en relación, está el diseño de producción del nominado al Oscar, Eugenio Caballero junto a Carlos Y. Jacques, y que en conjunto, suman un montón de créditos con algunos de los directores más destacados. Ellos se hicieron cargo de construir Comala, la Hacienda de La Media Luna, el refugio de Eduviges y las casas frágiles de los habitantes del pueblo.
Para terminar, la música. Aquí haremos una anotación. Juan Rulfo no construyó una novela de horror en Pedro Páramo. Los fantasmas no representan, como usualmente los vemos, una amenaza para los vivos. Por lo cual, era la música en la cual recaería esta distinción del relato.
Si bien la música no apela al terror, lo que sí hace es construir esa incertidumbre de Juan Preciado de reconocer que el pueblo está habitado por fantasmas, y que ahora él es uno. ¿Es aterrador? Sí, pero un miedo que no parte de un susto, sino del reconocimiento de una realidad que permanece. Esto es cortesía de Gustavo Santaolalla, el músico argentino que nos ha regalado scores monumentales y que suma uno más a su lista.
La figura del padre en Pedro Páramo
La adaptación de Pedro Páramo de Rodrigo Prieto nos recordó que los fantasmas no son los muertos, sino aquellas herencias que, como dice el director, se pasan de generación en generación, y que aquí se reflejan en el abandono del padre, pero también de las instituciones.
Y con abandono no nos referimos a aquellos padres que como Pedro se ausentan y condenan a sus hijos a una vida de carencias afectivas y económicas, sino aquellos que, pensamos, son tan violentos mientras permanecen, que sería preferible el abandono frente al daño provocado como alguien como Bartolomé San Juan.
Pedro Páramo nos habla de las figuras de poder que matan a sus hijos con el desamparo, y no les dejan de otra a ellos que imaginar que están muertos para sortear el futuro y las decisiones que podrían convertirlos, o no, en fantasmas.
Pedro Páramo tendrá un estreno exclusivo en Cine Tonalá de la Ciudad de México del 12 al 19 de septiembre.
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