Fue Emily Dickinson quien dijo que un colibrí es el eco de una esmeralda.
A mi jardín llega uno cada día. Las flores lo conocen, y le abren sus corolas como mujer que recibe al hombre amado.
El colibrí bebe de ellas, como varón que bebe el cáliz de la mujer amada y se va luego por los hilos del aire. Tan fugitiva es su visión, tan leve, que acabo por no saber si estuvo aquí o yo lo imaginé.
Mínima joya, prodigio diminuto, pequeña ave majestuosa, el colibrí es una de las mayores obras del Misterio que creó todos los misterios. Es tan grande como el mar o la montaña.
Si desapareciera no cambiaría el peso del mundo, pero la belleza sería menos bella.
Ven, colibrí. Yo cerraré los ojos para que no te lastime mi mirada ni mi pensamiento altere el rumbo de tu vuelo. Ven. Que tu pequeña grandeza no desdeñe mi enorme pequeñez.— Saltillo, Coahuila.
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