“Para mí, el lector y la lectora yucatecos tienen una sensibilidad especial a la que quisiera llegar como se llega a un alma sensitiva”, afirma el columnista Armando Fuentes Aguirre, “Catón”, en entrevista con el Diario, cuya primera parte publicamos anteayer en una entrega especial.
“La gente de Mérida es especialmente sensible. Por tradición lleva en su sangre la belleza. Estoy hablando de las maravillas de la cultura maya; pero hablo también de la belleza de la canción y el verso de Yucatán”, dice.
“Me refiero a Guty (Cárdenas) y (Ricardo) Palmerín; (Armando) Manzanero, (Enrique Novelo) Coqui Navarro, Sergio Esquivel. Hablo de esa sensibilidad que (Antonio) Mediz Bolio describió tan bellamente en eso de la tierra del faisán y del venado”…
La charla con “Catón” se llevó al cabo en la más reciente edición de la Feria de la Lectura Yucatán (Filey), en la que presentó su libro “México en mí”, en el que habla de lo que más le ha llamado la atención de los lugares que ha visitado por todo el país.
– En su libro comenta que ha puesto flores en las tumbas de Felipe Carrillo Puerto y Alma Reed, en el panteón de Mérida, ¿qué le dicen estos personajes de la historia peninsular?
Hablamos de uno de los amores más bellos, plenos y al final más trágicos en lo que podríamos llamar la historia sentimental de México.
El amor de Carrillo Puerto, ese hombre tan hondamente yucateco, por una mujer venida del norte del continente, tan distinta a él en todo sentido.
Ese amor representa el espíritu amoroso que late en cada yucateco o yucateca. Es un hermoso hecho el que hayan quedado juntos para la eternidad en un cementerio. Y cuando un cementerio es testigo de un amor así, deja de serlo para convertirse en un asomo del paraíso.
– En “México en mí” asienta: “Bien leídos, los libros hacen mucho bien, mal leídos, provocan muchos males. Cuánto daño han hecho los llamados libros sagrados”, entre ellos señala al Corán, ¿podría explicarlo?
Esos libros han puesto tristeza en el ser humano. Han inculcado en él temores, sentimientos de culpa y sobre todo fanatismo.
Para mí los libros sagrados son los de Dickens, Dostoyevski, Balzac, Borges o García Márquez. Ésos son libros sagrados porque nos enseñan dos cosas que los otros libros no. Nos enseñan a vivir y a amar.
No nos enseñan a temer, tampoco a odiar. No nos estimulan a enfrentarnos a nuestro prójimo. Por motivos de religión, las guerras llamadas santas son las menos santas de todas las guerras, las que más dolor causan, las que con mayor encono enfrentan a unos con otros.
Tenemos que huir de esos fanatismos. Y la mejor manera de huir de ésos que se llaman “libros sagrados”, pero que de sagrados nada tienen, es ir hacia esa otra literatura que mencioné.
– ¿Qué representa la música para usted?
Ha sido siempre parte de mi vida. Aunque quizá en forma un poco heterodoxa.
Una vez un tío nos invitó a merendar a mis padres y a mí. Él estaba acompañado por su esposa. Eran personas de mucha religiosidad. En esa invitación, él llamó a unos humildes músicos. Y fue diciendo a cada uno de los adultos qué querían oír. En ese tiempo yo debo haber tenido siete años.
Mi tía pidió el vals “Recuerdo”. Mi mamá quiso oír “Dios nunca muere”. Mi padre pidió “Club verde”. Yo les pregunté a los músicos “¿No saben ‘Amor perdido’?”. Era considerada una canción arrabalera, pecaminosa. Mi padre me disculpó con mi tío. Dijo: “Perdónelo, compadre… Es que oye mucha radio”.
Yo ya escuchaba mucha música. Luego tuve el feliz encuentro con la música que se llama clásica. Aunque la buena música popular también es clásica.
Para mí es música clásica la de Beethoven y es música clásica la de Agustín Lara o José Alfredo Jiménez, porque es buena música popular. Toda la música ha sido parte de mi vida. Soy muy música.
– Otra de sus reflexiones en “México en mí” es “la verdadera sabiduría consiste en saber lo que necesitas y en aplicar ese conocimiento en el momento justo”…
Lo que importa saber es el saber que importa. El saber debe ser el camino hacia el bien. Creo que aprendemos más a ser buenos leyendo una novela como “David Copperfield”, de Charles Dickens, que leyendo mil páginas de los llamados libros sagrados.
La buena literatura nos lleva al bien, al amor, a virtudes como la tolerancia. Y sobre todo nos despoja de cualquier insana forma de egoísmo. Nos solidariza con el resto de los seres humanos.
Nos hermana con ellos lo mismo en la dicha que en el sufrimiento. Ahí está el poder de un buen texto. Mi libro más reciente quiere suscitar el amor a México, el orgullo de llamarnos mexicanos, de vivir o de haber nacido en una tierra tan generosa que tanto nos ha dado y a la que a veces nosotros le regateamos todo.
Mientras Octavio Paz habló del ser mexicano, usted vive esa mexicanidad, ¿qué se planteó con esa demostración?
He querido mostrar amor, no erudición ni conocimiento. El amor es la mayor sabiduría y la mejor forma de conocimiento.
El libro quiere ser amoroso en relación con México, con las mexicanas y los mexicanos de todas partes de este país que son varios países; de este México que son muchos Méxicos; de esta patria que es una sola.
– Así como hay un estilo Carlos Monsiváis, hay un estilo “Catón”. Ambos son reconocibles, ¿cómo se asume?
Me siento un artesano de la palabra. Mi mérito es hacer la tarea todos los días, con disciplina de buen niño. Hacer de mi tarea un ejercicio en bien de mi prójimo. Motivar en él una sonrisa y también una reflexión, un pensamiento.
No el mío, sino el de él, motivado por mi invitación a pensar.
Sobre todo, pensar en México que está viviendo una de sus peores etapas, ahora amenazado por tantos riesgos, peligros y maldades. Eso hace que sea necesaria la unión de todos los mexicanos.
Unión a la que el actual Presidente (Andrés Manuel López Obrador) ha atacado, polarizando, dividiendo, enfrentando a los mexicanos en vez de llamarlos a la concordia, la armonía, la paz.
Por encima de todo debe unirnos el común amor a México. Es nuestra patria. No tenemos otra. A donde vayamos extranjeros. Tenemos que defender nuestra casa contra la demagogia, el autoritarismo y la dictadura.
Debemos preservar, a toda costa, los bienes que tanto han costado: la libertad, la democracia, la vocación de la justicia para todos. Hemos de buscar un México que sea una casa mejor y más digna, segura y ordenada para nuestros hijos y los hijos de ellos.
– Sus lectores esperan tener “Catón” para rato…
Eso no está en mis manos. Recuerdo el hermoso brindis que hizo un torero a un escritor. El escritor le dijo: “Lo único que te falta para ser inmortal es que te mate un toro”. Y contestó el torero: “Maestro: se hará lo que se pueda”.
Usted me expresa un buen deseo de que haya “Catón” para rato. Yo le contesto con las mismas palabras: “Se hará lo que se pueda”.— Mariana Pacheco Ortiz
Esta nota Las verdades de “Catón” apareció primero en Diario de Yucatán.