La torre de Isabel, conocida universalmente como Big Ben, luce como nueva tras su restauración para seguir sus más de 160 años marcando el tiempo a los londinenses con la puntualidad de la ingeniería victoriana, como comprobó EFE en una visita exclusiva a sus entrañas.
Con casi cien metros de altura y unas esferas del tamaño de un autobús de dos pisos, su belleza y su característico sonido vuelven ahora a cautivar la mirada de transeúntes y cámaras después de cinco años de una cuidadosa restauración.
Estamos muy orgullosos de lo que hemos logrado”, resalta a EFE Ian Westworth, el relojero oficial del Gran Reloj en la sala de máquinas de la emblemática torre londinense, Patrimonio de la Humanidad.
Westworth y su equipo se encargan de que ‘Big Ben’ -el nombre que recibió originalmente la campana mayor- despierte de su letargo a cada hora en punto, mientras que sus cuatro hermanas repican cada cuarto.
“Cuatro toques a y cuarto; ocho, a y media; doce, a menos cuarto y dieciséis justo antes de la hora”, detalla el vigilante del reloj.
Delicadeza victoriana
Los relojeros juegan con pesos para marcar la hora exacta desde 1859: “Utilizamos monedas de penique antiguas; colocándolas en el péndulo aceleran el reloj en dos quintos de segundo cada veinticuatro horas”, revela Westworth.
Si la hora se retrasa, coloca un penique; si se adelanta, a la inversa. “Así es como regulamos el tiempo”, afirma el relojero, cuya referencia es siempre el primer tañido de Big Ben.
El artefacto es casi capaz de autorregularse gracias al que fue el primer mecanismo de escape doble de gravedad del mundo, que aísla al péndulo de agentes externos.
Todo tipo de cosas afectan al reloj: el tiempo fuera, el día y la noche, las mareas (del Támesis), hasta la visita de la gente (…); pequeños ajustes que sin corregirlos cada día serían un problema para nosotros.”, dice su custodio.
Al otro lado, se encuentran las esferas que flanquean la torre por sus cuatro costados: “Podrías conducir un autobús de dos pisos por aquí”, bromea Westworth respecto a su tamaño..
Su dimensión es tal que sus dos manecillas, minutero y hora, llegan a los cinco y tres metros respectivamente.
Sus 324 paneles artesanales de vidrio translúcido, listos para su iluminación led nocturna, “siguen una plantilla para asegurarse de que cada pieza encaje exactamente”, agrega.
Hace siglo y medio no había electricidad para iluminar el reloj, así que “el ‘sereno’ de la torre subía, encendía las lámparas de gas, permanecía toda la noche vigilando que estuvieran encendidas y no causaran explosión alguna”.
A su majestad, Isabel
En sus 165 años nunca dispuso de un nombre oficial, hasta 2012, cuando la construcción recibió “el honor y el privilegio de ser llamada Torre de Isabel, en honor a la difunta reina”, explica Westworth.
En aquel año el Reino Unido celebraba el Jubileo de Diamantes, los sesenta años de reinado de su querida Isabel II (1926-2022).
De esta forma, el Palacio de Westminster, sede del Parlamento británico, está custodiado por dos de sus más longevas reinas: en el sur, la Torre de Victoria (1837-1901) y al norte, Isabel.
La torre lleva el nombre de la reina, aunque ella nunca llegó a visitarla -revela Westworth-. Otros miembros de la familia real, sí, pero la reina, nunca. Una lástima, creo que le hubieran gustado las vistas”.
Desde lo más alto de la torre, tras 334 escalones de piedra, se atisba el cauce infinito del Támesis, la gran noria London Eye o el Palacio de Buckingham.
“Es un privilegio disfrutar el trabajo que tengo”, afirma su guardián durante las últimas dos décadas, quien confía “en unos años, en pasar el testigo a la siguiente generación para su cuidado, con suerte, para los próximos 160 años”.
Con información de EFE
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