
María de Jesús Mundo, conocida como Doña Mari, falleció este 25 de julio de 2025 en la sala de espera de la Central de Autobuses de Puebla (CAPU), después de pasar años esperando que sus hijos vinieran a buscarla.
Durante al menos tres años, María de Jesús, de aproximadamente 80 años, vivió en la terminal, depositando su esperanza en un reencuentro familiar que nunca llegó. Los pasajeros que la veían día tras día quedaron conmovidos por su presencia silenciosa, aferrándose a su estación de espera con un sarape sobre las piernas, una bebida, algo de comida y pañales donados por quienes transitaban por el lugar.
Originalmente originaria de Tehuacán, María de Jesús fue desalojada de una casa que ocupaba sin ser propietaria y luego decidió permanecer en la CAPU, convencida de que sus hijos —Víctor Manuel Rivas Mundo (en Estados Unidos) y sus hijas Marina Guadalupe y Alma— eventualmente regresarían por ella.
Su historia comenzó a ser conocida hace más de dos años cuando usuarios de redes sociales y medios locales difundieron videos e imágenes conmovedoras. Aunque recibió propuestas de albergue del DIF Estatal con apoyo de Cáritas, Doña Mari se negó a abandonar la terminal por la promesa de sus hijos, prefiriendo seguir esperándolos en aquel lugar donde creía que algún día aparecerían.
Durante su permanencia en la CAPU, sobrevivió gracias a la caridad de los transeúntes y comerciantes, quienes le daban pan, atole, ropa, pañales y algo de dinero. Además, se ganó el sustento cantando pequeñas canciones en los pasillos de la terminal, recibiendo donaciones de quienes la escuchaban.
Su salud, afectada por artritis, movilidad reducida y columna encorvada, no frenó su fe ni la determinación de esperar en ese lugar. Se convirtió en una figura conocida entre los usuarios de la CAPU, que compartían su historia y pedían ayuda para localizar a su familia.
El DIF de Puebla emitió una ficha pública solicitando información sobre sus hijos e hizo un llamado a la ciudadanía para ubicar a sus familiares y así poder darle un apoyo real, no solo mediático.
Finalmente, Doña Mari falleció en esa sala de espera que tanto significó para ella —un símbolo de amor, abandono y esperanza— y dejó un legado de indignación ante la indiferencia familiar y una comunidad conmovida que reclamaba justicia emocional.