Los Ángeles, California.
La actriz Demi Moore ha revelado años después uno de los períodos más extenuantes y extremos de su carrera, ocurrido durante el rodaje de la exitosa película Una proposición indecente. Esta confesión pone de manifiesto la intensa presión que la industria de Hollywood puede ejercer sobre las mujeres, obligándolas a alcanzar estándares de perfección física que a menudo rozan lo insostenible. Moore, que en aquel momento acababa de ser madre, sintió una obligación absoluta de cumplir con la exigencia de un cuerpo «perfecto» para mantenerse relevante y deseable en la gran pantalla, un mandato que la llevó a límites físicos y personales.
El nivel de sacrificio físico que asumió la actriz para lograr esa imagen de perfección resulta difícil de creer. La estrella de cine llegó a recorrer diariamente más de 60 millas (casi 100 kilómetros) en bicicleta, en una rutina que se convirtió en una doble jornada de esfuerzo. La ruta diaria comenzaba en su casa en Malibú y terminaba en los estudios Paramount, lo que sumaba alrededor de 30 kilómetros solo de ida. Esta intensa actividad física era solo el comienzo de su día, ya que la esperaban largas y demandantes jornadas de rodaje en el set.
A su brutal rutina de ejercicio le seguía una carga de trabajo cinematográfico que superaba las doce horas diarias. Una vez finalizada la filmación, su día no terminaba. La actriz debía emprender el viaje de regreso en bicicleta, llegando a su casa de noche para asumir su rol de madre y cuidar de su hija recién nacida. Este ciclo agotador de trabajo, ejercicio extremo y responsabilidades maternales, era motivado únicamente por el miedo a no ser considerada lo suficientemente «deseable» para continuar obteniendo papeles principales.
Presión Externa e Internalización de la Demanda
En sus propias y contundentes palabras, la actriz describió el trato que le dio a su cuerpo como «tan loco, tan ridículo». Reconoció que, además de la locura física que se autoimpuso, estaba «criando a un bebé al mismo tiempo», lo que magnifica la magnitud de su sacrificio. La razón detrás de este esfuerzo sobrehumano era directa y dolorosa: «Me dijeron que perdiera peso», recordó Moore. Esta exigencia externa de la industria fue internalizada por la actriz como una verdad absoluta y una condición sine qua non para su carrera, asumiendo ella misma la responsabilidad de esa búsqueda insaciable de perfección.
Aquel periodo de presión constante y sacrificio físico extremo terminó, inevitablemente, pasándole una alta factura personal y de salud. Sin embargo, también representó un punto de quiebre y de profunda reflexión en su vida y su carrera. Fue el momento en que Demi Moore pudo entender hasta qué punto el sistema de Hollywood, con sus demandas de juventud y belleza inalcanzables, tenía el poder de devorar incluso a aquellas figuras que, desde el exterior, parecían tenerlo absolutamente todo: fama, éxito y fortuna.
El «Efecto G.I. Jane» y el Cambio de Perspectiva
El esfuerzo desmedido que Demi Moore realizó para alcanzar la perfección requerida para Una proposición indecente (1993) y otras películas de la época, sentó un precedente insostenible en su vida. De hecho, el clímax de esta obsesión por el ejercicio ocurrió años después con la preparación para G.I. Jane (1997), un papel que la llevó a desarrollar una rutina militar aún más rigurosa. El valor agregado a esta historia radica en que, tras ese último pico de exigencia, la actriz tuvo una epifanía sobre la toxicidad de su rutina. Moore reconoció en sus memorias que finalmente decidió hacer «las paces» con su cuerpo, abandonando el ejercicio de alta intensidad y buscando su «tamaño natural» en un acto de liberación personal, marcando el fin de su ciclo de auto-imposición en pos de la perfección dictada por terceros.
